las piedras y las palabras
Al mundo no le hacen falta las palabras. Sabe pronunciarse
en rayos de sol, en hojas, en sombras. Las piedras del camino no son menos reales por yacer innumerables y sin catalogar. Las hojas hablan con soltura el idioma de ser y nada más.
Un beso es un beso completo aunque ninguna palabra lo diga.
Y una palabra lo convierte en algo más pequeño o en otra cosa -
indebido, casto, rutinario, conyugal, disimulado.
Aun llamándolo beso delata la ansiedad de las manos
que tantean la piel o se abrazan a un hombro, la lenta inclinación
del cuello o la rodilla, el contacto de dos lenguas en el silencio.
Pero las piedras son menos reales para quienes no son capaces
de nombrarlas, de leer las mudas sílabas enterradas en el sílice.
Ver una piedra roja es menos que verla como un jaspe -
cuarzo metamórfico, pariente del pedernal que los Kiowa
ilaron para sus flechas. Nombrar es conocer y perpetuar.
La luz del sol no precisa aprobación cuando atraviesa los nubarrones
y unge con su claridad las hojas y las rocas, evaporando luego
cada gota cristalina para devolverla a las nubes que la engendraron.
La luz del día no precisa elogios, y sin embargo siempre la elogiamos -
es superior a nosotros y a todas las palabras etéreas que logramos reunir.
Dana Gioia
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